Al Gabo…Eternamente
agradecida.
Partió de la ciudad sin
saber exactamente lo que le esperaba, kilómetros y kilómetros recorrió para retornar
al punto de partida…Pero era el final, así que había que hacer el mejor
esfuerzo.
Sintió que el alma se
le iba una vez mas pero la obligó a quedarse, aun no era tiempo y faltaba
camino por recorrer. Cuando pensaba en que era mucho el trayecto, llegó por fin
el vapor; brotaba el calor y la muchedumbre de la nada en aquel pueblo, en aquel río del
que nadie regresaba; una voz los detuvo. Nadie, ni siquiera él, noto la bandera del barco, era del color del
cólera, levantó la vista y vio a una
mujer que lo saludaba cariñosamente, le respondió, pero no pudo reconocerla.
Ya no había prisa,
así que esperó largo rato el próximo barco, que le hizo llegar junto con la lluvia, por lo que tuvo que agarrar el
camino del cementerio, el más seco para ese entonces…Allí vio el entierro de la
Mamá Grande; Se detuvo por respeto a la matriarca más grande de aquellas
tierras. Luego en la venta del hebreo moisés paró a refrescarse, desde allí se
deleitó observando la plaza, los almendrones, la iglesia y sus formas añejas… allí en donde dicen hay una niña enterrada de largos
cabellos rojos, maldita por haber conocido el amor. Al otro lado de la plaza
pudo ver que iba el coronel a la pelea
de gallo, optimista… como siempre.
Unas cuantas lloronas
regresaban del entierro, él decidió partir, sin saber a dónde…caminaría por ahí
buscando lo que no se le perdió, fabricando recuerdos, en su camino encontró al
gitano y recordó aquella valiosa lección: “todas las cosas tienen vida propia,
sólo que hay que saber buscarla”, al mirarlo no pudo evitar abrazarlo.
-“Has
venido por tus pasos” - le dijo.
Un par de lágrimas lo sorprendieron, a lo que
el gitano añadió:
- Te advierto
que en este puto pueblo La gente ha
olvidado convenientemente….sus nombres….todo ¡Nadie se salvó!
-Nisiquiera cándida, la que le quemó la casa
a la abuela…se fueron los recuerdos junto con los alcaravanes…Pero tú sigue… Te
están esperando.
Continuó la marcha, a
lo lejos vio la casa, la entrada estaba
adornada con enredaderas, sus desgastados colores de
siglos no le quitaban la majestuosidad, era la casa del patriarca. Entró con
miedo, pero la tranquilidad lo invadió, cuando notó que a medida que se
acercaba a la mesa iluminada las caras eran familiares…desconocía sus nombres,
pero la luz le hizo recordar por qué
estaba allí…
En una de las
habitaciones del patio se asomó Isabel, quien se asustaba fácilmente desde que vio
llover el invierno pasado. Úrsula lo invitó a sentarse y le ofreció un tinto
cargado, Santiago Nassar en su traje blanco de paño le ofreció ron y dijo:
-¡Agarre!....hay que celebrar la venida del
obispo!
En eso…escuchó cantar los alcaravanes, los
cuales regresaron junto con él, en la
mesa había otro hombre, era José Arcadio,
quien, estrechó su mano y sonriente le dijo:
- Desde hace tiempo te esperábamos ¡Bienvenido
a este pueblo sin memoria!…al que usted llama Macondo.